Salvo los taquígrafos del Congreso creo que nadie ha seguido con mucho interés los discursos de la moción de censura. Al resto nos sobraba con cuatro titulares al final de la jornada.
Porque la charada (pasatiempo) parlamentaria no iba de discursos. Iba de cómo los políticos entienden su función. De si consideran que la suya es una profesión para hacer carrera, prosperar y alcanzar la cima del poder y del manejo del dinero público, o si el núcleo diferencial de su dedicación es el compromiso ético con sus electores, el conjunto de los ciudadanos y su país.
Ni los tiempos están para malgastarlos en charadas. La moción de censura es una institución constitucional prevista para plantear una alternativa de Gobierno seria y completa. Cada uno es libre para utilizarla como quiera (y pueda), pero el momento y la manera planteados por Vox revela puro postureo; léase, querer poner en evidencia lo que ya es evidente.
Todos sabemos que la situación política, económica y social es grave. Y muchos creemos que lo más grave es que el Gobierno de colisión la agrava todos los días apoyándose en una legítima mayoría parlamentaria indestructible, encantada de haberse conocido y deseando alargar el chollo de ser necesaria para los delirios de grandeza de Pedro Sánchez. Tan grave que, en mi opinión y mi percepción, sobran los postureos y las posturitas.
Detrás de esta moción de censura no aprecio ningún compromiso ético de políticos ejemplares, sino el pitido inicial del partido en el que se disputan las elecciones del 28 de mayo y las de final de año. Claro que hay que jugar ese partido, pero sería de agradecer que lo hagan sin malgastar el tiempo ni tergiversar la perspectiva.
Los jugadores han planteado esta moción, en sí misma ridícula, para poner en apuros al PP. En su intervención, Abascal prometió a los populares hacer un borrón y cuenta nueva si votan a su favor, aunque lo que persigue es poder argumentar la inargumentable mentira de que las diferencias entre votarles a ellos o al PP son de matiz. Por su lado, Sánchez y adláteres restriegan al PP su anunciada abstención con la pretensión de frenar la estampida de socialistas cabreados -¡tanto que los cree dispuestos a votar al PP!- por su falta de compromiso moral, por no haber cumplido en la legislatura ni uno de sus compromisos.
No me divierte averiguar si esta moción, los discursos, las gracietas, los reproches, las acusaciones, las descalificaciones y los insultos dan o quitan puntos; pero me asusta que no veo que aporten un solo gramo al bienestar o al progreso del país, se vea desde el ángulo que se vea. Sin valorar lo que dijeron unos y otros ni validar o refutar sus argumentos, estoy casi seguro de que quienes aprovecharon mejor el día fueron la ministra de Defensa, que anduvo de reuniones en Bruselas, y el sobre mencionado Feijóo intercambiando opiniones con los embajadores en Madrid de diversos países europeos.
Si la moción ha servido a Sánchez para la defensa de su gestión (que tuvo el caritativo detalle de resumirla en sólo un par de horas), si ha proporcionado la lanzadera a la cada día más aniñada Yolanda Díaz, si Tamames -¡por fin!- ha disfrutado de su minuto de gloria, o si Abascal ha conseguido lo que quisiera conseguir, y del resto de lo ocurrido hoy en el Congreso, a mí me preocupa cuántas ovejas morirán tras la cumbre pastoril de Putin y Xi Jingping. Lo malo es que de esa venidera tragedia solo tengo una intuición, pero ninguna perspectiva.