Me reafirmo en que la moción de Vox fue una charada que debería habernos ahorrado. No obstante, la abstención del PP y la estrategia de Sánchez han puesto en el candelero la relación futura entre el PP y Vox, cuestión que tendrán que abordar antes, durante o después de las elecciones de mayo.
Algún tipo de acuerdo parece necesario para quienes pensamos que otra legislatura doblegados por la coalición del PSOE, Podemos, ERC y Bildu nos situaría al borde del apocalipsis. En mayo estarán en juego comunidades autónomas y alcaldías, pero la relación de fuerzas entre PP y VOX y sus acuerdos serán decisivos para las generales.
Vox sabe que las encuestas dicen que puede perder votos de antiguos votantes del PP que regresan a casa para apuntalar el ansiado cambio de Gobierno. Con esta perspectiva se entiende la insistencia de Abascal en que el PP votara a favor de su moción. A Vox le urge aparentar que forma con el PP un bloque tan unido que, de cara al objetivo común del desalojo de Sánchez, sea “indiferente” votar a un partido o a otro.
Pero nada es indiferente. Y lo saben. Vox persigue que las elecciones de mayo arrojen una relación de fuerzas tipo la de Castilla León y teme que se repitan los resultados de Madrid y Andalucía, donde se consiguió el objetivo común pero se quedaron en fuera de juego. También lo sabe el PP, que intentará no hablar del asunto hasta conocer los resultados. Quiere diferenciarse de Vox por los motivos contrarios a los que éste tiene para “fundirse”. No tener que recurrir a Vox para desalojar a Sánchez pasa por captar votos entre los desencantados de Ciudadanos y del PSOE, que pueden frenarse por una eventual estrecha relación del PP con Vox.
Pedro Sánchez contempla preocupado las encuestas que auguran un trasvase de votos socialistas al PP. Hasta escarbando en las del CIS se observa que tiene pasados votantes escandalizados por su incompetencia para resolver los problemas del país; asustados por la profundidad de su “síndrome de la Moncloa” –¡y aún cree que lo está haciendo muy bien!-; hastiados de sus aliados con otro síndrome, el del estómago siempre vacío; y estupefactos por su prodigalidad con los socios catalanes. Lleva meses usando el miedo a la extrema derecha intentando mantener a esos votantes díscolos en la corrala socialista.
Lo mismo explica su cansina obcecación por evidenciar que la conexión del PP con Vox es indisoluble y su intención oculta de “reeditar los gobiernos de coalición de la derecha con la extrema derecha”. En todo caso, pienso, sería para “editar” pues ni Aznar ni Rajoy ni Adolfo Suárez gobernaron con la extrema derecha. La trampa -con Sánchez siempre hay trampa- es que equiparemos su mal llevada coalición -exprimido por sus socios- con la reciente e incierta experiencia de gobierno en Castilla León en la que, hoy por hoy, Vox no ha tocado el balón.
Como le es propio, acude a falacias, argumentos esotéricos y chistes perversos como sentar que “Vox es el glutamato del PP”. ¿Cuántos saben lo que es un glutamato? ¿Cuántos piensan que, sea lo que sea, es algo malo? No sé cuántos, pero yo me encontraba entre ellos… Consultado el diccionario y otras fuentes, averiguo que glutamato es una sal del ácido no esencial más abundante en la naturaleza y que, como todas las sales, se utiliza para potenciar el sabor de los alimentos. ¿Eso es malo? ¿Qué más da? A Perico, nuestro inefable líder político de talla mundial, lo que le importa es esparcir mierda, con perdón, aderezada con glutamato.