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En Pedro Sánchez, ese hombre que va de resiliente e incombustible, destacan dos características bien arraigadas que él piensa que le funcionan, pero -esta es mi apuesta- más bien pronto que tarde acabarán entrampando al personaje en su propia red.
La primera es su irrefrenable manía de mentir, haga falta o no, que le ha convertido en un mentiroso compulsivo. Tras cinco años escuchándole es patente que solo es cierto un porcentaje mínimo de lo que dice, promete, niega o se calla; pero todo ello lo presenta y lo hace con un alarde de convencimiento tal que confirma la compulsión. Es un hecho que, de primeras, muchos creen sus adornadas mentiras, pero los creyentes del sanchismo van cayendo del guindo a diario. Solo los fanáticos -y los interesados- dan pábulo a sus mentiras. Suena bestial, pero con este hombre nada se puede dar por cierto, ni siquiera la mentira.
Ser sabedor de esta patología del presidente ayuda porque, con un no muy complicado ejercicio de exégesis a sensu contrario, el oyente puede dar por seguro lo que no va a suceder, o lo que sí ha sucedido, o lo que nunca hará el Gobierno, o lo que es bastante probable que haga. Por ejemplo, que Sánchez anuncie que su Gobierno movilizará 183.000 viviendas en el ocaso de la legislatura, nos confirma que, a día de hoy, no han movilizado ni una autocaravana, que los sondeos que manejan en la Moncloa indican que tienen un problema con el voto joven urbano, que su contribución al “quinto pilar” del estado de bienestar será, como mucho, de 183 viviendas y que, cinco años después, se esfumó la poca fe que este Gobierno (y el PSOE) tuvieran en la competencia de las Autonomías y en los beneficios de la libertad de mercado.
Lo que queda es la expresión de un problema acuciante, grave y de inmensa profundidad en la sociedad española. Parece que a última hora, el Bolaños de turno ha soplado el problemilla a Sánchez y han decidido utilizarlo en la campaña electoral. Pero también parece que la cuestión sobrepasa su capacidad de comprensión de problemas complejos y por eso repite, plagiando a Pablo Iglesias, que “la vivienda es un derecho, no una mercancía”. Inútil y dañino populismo en estado puro.
La segunda constante del carácter y el comportamiento del todavía presidente del Gobierno -¡ver para creer!- es su maestría para pasar página cuando se le produce un pifostio -situación de confusión o desorden, a menudo a causa de alguna reclamación o disputa-. Pero su capacidad no solo consiste en conseguir que la opinión pública cambie de tercio con sus leyes fulgurantes o sus anuncios fosfóricos sino que él mismo pasa de página, que ni se presenta a defender ni a votar el apaño de la ley del solo sí es sí, que ya cumplió con aquella miserable petición de perdón, que esa ley ha desaparecido de su cabeza y que no vuelve a mencionarla ni en sus peores sueños.
Hay que reconocer que los estrategas de la Moncloa casi siempre consiguen desviar la atención y ponerla dónde quieren. Pero esa táctica deja de ser eficaz cuando el respetable consigue relativizar las malformaciones de los árboles y contempla el destrozo del bosque. Ni el triunfalismo más voluntarioso puede no ver el deterioro social, económico y moral que ha sufrido España en el quinquenio Frankenstein. El plan de la Moncloa para las próximas campañas electorales es apalancarse en un presente idílico, bien manipulado, y en otro manido “let’s finish the job”. En los próximos meses, la Oposición debería encargarse de revisitar el oscuro quinquenio pifostio a pifostio.