El mantra salió del Palacio de la Moncloa. Las prisas por reformar el código penal se debían a que el Gobierno quería cerrar ese capítulo tan poco electorero antes de que acabara 2022.
Así, desde el primer día del año nuevo, el debate se centraría en la economía, que va tan bien que inclinará las próximas elecciones a favor de Pedro Sánchez. Tan, tan bien que la Oposición huye de la economía y se empeña en seguir hablando de cosillas ya superadas.
Como estrategia política, tiene lógica. No porque la economía vaya tan bien -que es otra mentira- sino para evitar que las cosillas sin importancia de las se hable sean las que hasta el mismo Gobierno supone que inclinarán las balanza electoral en contra de Pedro Sánchez. Son unos artistas de la desfachatez. La maniobra de distracción es de nota. Con el debate económico pretenden tapar sus ignominiosas reformas del código penal con las que, hace pocas semanas, taparon la aprobación de unos presupuestos delirantes, las inconfesables concesiones a sus aliados y la soez compraventa de votos parlamentarios con reformas legales inauditas, el destrozo del espíritu constitucional del consenso y hasta con partidas presupuestarias, es decir, con recursos públicos. ¡Corrupción política en estado puro!
Como periodista que soy, me cuesta entender que haya colegas que entren a un trapo propagandístico tan burdo. Quiero creer que, por incompetencia, en vez de denunciarlo, siguen como marionetas el juego urdido en la oficina del Portavoz o en el gabinete del ministro Bolaños, ese que no repara si se enfrenta a un roto o a un descosido.
Se produce la curiosa paradoja de que los periodistas no dan crédito a las declaraciones públicas -que son las que pesan, como las cartas cuando están sobre la mesa-, y dan pábulo a chorradas sopladas al oído en tono confidencial. Creen que, en esas conversaciones íntimas, son privilegiados con las verdades del barquero. Quiero creer que “solo” es incompetencia, pero me temo que los propagandistas conocen demasiado bien el ego subido de esos periodistas.
La realidad es que en 2023 se hablará de economía -aunque no en los términos que el Gobierno espera- pero también del regreso triunfal de Puigdemont y el reinicio del procés de independencia de Cataluña, de los otros corruptos y los violadores beneficiados por las reformas penales del Gobierno, de las ineficiencias de los fondos europeos y la opacidad de su reparto -si es que se confirma que existe-. Se debatirá sobre quién cumple y quien incumple el mandato constitucional en el acuerdo necesario para renovar los órganos judiciales, conoceremos las nefastas consecuencias de haber corrompido la independencia del poder judicial con el nombramiento de títeres y haber implantado el amiguismo como norma para designar los responsables de las instituciones del Estado y las empresas públicas. Aunque le pese al señor Sánchez se confrontará la gestión de la pandemia del Gobierno con la de las autonomías y, dolorosa comparación en especial, con la de Isabel Díaz Ayuso. Se hablará de la ley de Universidades, de la guerra del agua, de la violencia de género, de las aberraciones de la ley Trans y demás chiquilladas de Irene Montero, del fenómeno Marlaska… No habrá añagaza capaz de impedir que en los próximos meses recordemos los lances de trilero, las burdas mentiras y la falta de palabra de Pedro Sánchez y la fatal ambición del presidente Sánchez que, como en su momento explicó Carmen Clavo, son dos personas distintas y un solo ser.