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Las peligrosas bravatas de Putin

Un Putin enaltecido por aplausos pagados proclamó ayer que “nada frenará” su guerra y que la llevará “hasta el final” porque “lo que hoy se llama Ucrania son territorios históricos de Rusia”. ¡Qué peligro tienen los nacionalistas!

El presidente ruso también anunció que deja en suspenso el último acuerdo firmado con Estados Unidos para el control de armas nucleares. Es una mala noticia. Romper un acuerdo es peor que no firmarlo… Afecta a la seguridad del planeta más que el calentamiento global y, al cumplirse un año de la invasión, replantea la crucial dimensión del conflicto.

Aunque la guerra diplomática sea global, desde el punto de vista bélico, la invasión se ha mantenido como un conflicto local. No por eso es menos brutal porque la violencia desatada lo es, tanto como las injustas motivaciones del invasor y lo inesperado de bombardeos salvajes de ciudades de la vieja y resabiada Europa. El conflicto local lo sufren los contendientes; más, por supuesto, el invadido que el invasor...

Si las consecuencias para Ucrania están siendo devastadoras también lo son para Rusia, como país y como pueblo, aunque sean menos evidentes. Según fuentes occidentales, el ejército ruso ha sufrido más bajas que el ucraniano y éste se ha sometido a tal desprestigio que solo Putin se atreve hoy a afirmar que “Rusia es invencible en el campo de batalla”. La guerra asfixia la economía rusa por el coste directo de mantenerla y por el implacable gota a gota de las sanciones occidentales. En el terreno diplomático solo cuenta con el apoyo, algo más que testimonial, de Bielorrusia porque la neutralidad china y la lenidad de India son malas noticias para Occidente, pero también serios reveses para un decepcionado Putin.

Por estos pagos -me consta- sigue habiendo insensatos, mal informados o paranoicos de la conspiración que, como Putin, atribuyen esta guerra a la prepotencia o las provocaciones americanas y de sus marionetas OTAN y Europa. A su pesar, la mayoría deseamos que Ucrania gane esta guerra porque los argumentos de Putin son mentira, porque la razón está de parte de Ucrania y porque el futuro que cabría esperar con un Putin victorioso sería negro azabache.    

Lo paradójico es que, mientras no se suspendan las hostilidades, cuanto peor le vaya a Putin en la guerra y en su autocracia más peligro habrá de que el conflicto se extienda. Quizás fuera bueno para Ucrania, pero seguro que sería terrible para Europa. Los reveses en el campo de batalla, que tienen una relación directa con la ayuda militar occidental y el acorralamiento diplomático, llevan a Putin a recurrir a las amenazas con las armas nucleares y de “alejar el conflicto de sus fronteras”, es decir, extenderlo por Europa.

Este peligroso escenario no es razón para aflojar la presión sobre Rusia o la ayuda militar y moral a Ucrania; pero conviene no ignorarlo. En mi opinión, los occidentales deberían dejar a Putin las bravatas, actuar con más discreción y proporcionar mejor información al ejército ucraniano para que utilice nuestras armas con eficacia. Parece prescindible el lenguaje bravucón del Alto Representante de la Unión, Josep Borrell, que se ha tomado esta guerra como una cuestión personal, o anunciar en los telediarios el recorrido, paso a paso, de los tanques españoles hasta Ucrania. Supongo que esas ingenuidades satisfarán egos ministeriales, pero también sirven para incrementar las probabilidades de una expansión del conflicto y, si Putin se decidiera a ello, para señalar a sus generales el puerto estonio al que apuntar sus misiles.

Mantener local el conflicto -y la sensación de que así seguirá- ha mejorado ya las previsiones de crecimiento económico, las expectativas de inflación -que son el principal factor en el comportamiento de los precios- y la contención de los costes de las materias primas. No se trata de favorecer a los capitalistas despiadados sino de reimpulsar la creación de riqueza, el poder adquisitivo y la renta de los ciudadanos europeos. Sin nacionalistas, todo y a todos nos iría mucho mejor.