Pulsa el botón de play si quieres escuchar el podcast de este artículo.
Estupefacto me quedo escuchando a Putin proclamar ante sus tropas que “Occidente ha declarado la guerra a la gran Rusia”. Quiero pensar que es un error del traductor, pero no. Confirmo que lo dijo. Y dudo de mi cordura porque tiendo a pensar que un dirigente tan reconocido por su habilidad no puede tergiversar la realidad de manera tan poco sutil. Nadie de inteligencia mediana puede ser un mentiroso tan descarado.
Cierto es que los países de la OTAN prestan apoyo militar, económico y moral a Ucrania. Mucho apoyo, pero ejecutado con extremo cuidado en el tipo de armamento y en la intervención armada para que ni siquiera Putin pudiera considerarlo “agresivo”. Que la agresión es rusa y que Putin inició la guerra es una realidad tan patente que no requiere argumentación ni permite refutación. Pero no trago que Putin sea tonto… Es una explicación demasiado simple.
Me podría parecer legítimo que algunos rusos quisieran recuperar Ucrania -de manera pacífica- si pensaran tener algún derecho de “pertenencia”; pero no es la cuestión. Hablamos de que Putin es un desalmado porque miente al decir, con plena consciencia de la mentira, que Rusia ha sido atacada por Occidente. Él es un corrupto moral, pero el drama es que la mayoría de la sociedad rusa acepte sus mentiras y las disculpe al no rebelarse.
También es para quedarse atónito escuchar a Trump calificar de persecución política y “caza de brujas” el juicio por el que ha sido condenado a pagar 5 millones de dólares a una mujer a la que -muy probablemente, en opinión del jurado- sometió a abusos sexuales. Sin juzgar su veracidad, suena a defensa verosímil alegar que jamás ha estado con la demandante en Bergdorf Goodman, que no le conoce ni sabe quién es; pero lloriquear que está siendo acusado de bruja pirula… ¡En todo caso, de endemoniado!
Incluso si la demandante tuviera una intención de desacreditar al Trump político -¿y por qué no?-, solo habría caza de brujas si la acusación, el fiscal, el jurado y el juez se hubieran confabulado para causarle un daño político. Es tan improbable que, si el denunciado fuera otro, a nadie, ni siquiera a Trump, se le ocurriría pensar en una caza de brujas. Nada indica que ese juicio forme parte de una conspiración sino que es la lógica consecuencia de que Trump se considere parte de una constelación de “estrellas” impunes ante eso que toda la vida se ha llamado “meter mano” (lo cual está dicho por él bajando en un ascensor de su Tower neoyorkina, aunque de manera bastante más grosera).
Cualquier americano está en su derecho de compartir los sueños y las ideas de Trump, pero no hablamos de eso sino de poner los sueños e ideas en manos de una persona corrompida. El drama es que millones de americanos toleren, no quieran ver o jaleen la corrupción moral de alguien que les utiliza para situarse por encima de la ley.
No creo posible que los rusos de buena fe -a pesar de las enormes dosis de propaganda que reciben y de sus dificultades para informarse- crean que la “operación militar especial” es una respuesta a una agresión. Tampoco creo en la buena voluntad de los americanos que siguen el juego a un personaje condenado por abusos sexuales y procesado por alentar el asalto al Capitolio, alterar los resultados electorales en Georgia, soborno, fraude fiscal, vulnerar la ley de secretos oficiales y apropiación indebida de documentos confidenciales.
Cuando era joven a los mentirosos se les identificaba con orejas de burro. Las de Pedro Sánchez viajan ya en un Falcon de dos pisos… Sus mentiras son otra realidad patente que no requiere argumentación. Se repiten en cada una de sus intervenciones desde que durmiera cual lirón tras firmar su pacto de coalición con Pablo Iglesias.
A cuenta de las candidaturas de Bildu, su socio preferente y preferido, esta misma mañana insultaba y descalificaba al PP por ser el partido “de la descalificación y el insulto”. Es así. Insulta en la misma frase en la que repudia el insulto. Padece una soberbia de tal calibre que, por ser presidente y para seguir siéndolo, se permite mentirse a sí mismo, destrozar el consenso constitucional, despreciar a la otra España, renunciar a nombrar y cesar a los ministros, despojar de independencia a instituciones públicas, canibalizar otros poderes del Estado, indultar y legislar ad hominen, conculcar los derechos fundamentales en los estados de alarma y, con toda la desfachatez del mundo, utilizar el dinero público para labrarse sus campañas electorales.
Grave es que el presidente del Gobierno se permita todas esas tropelías, y más; pero es un drama que los militantes ciegos las jaleen, las utilicen sus socios y no quieran verlas los que siguen votándole. No hablamos de ideas, ni de gestión ni de si nos va bien o mal; hablamos de que un país decente no puede ser gobernado por indecentes, ni del PSOE ni del PP, ni de ningún partido.
No en muchos órdenes se puede meter en el mismo saco a Putin, Trump y Sánchez, pero si en el grupo de dirigentes que viven una realidad alternativa y paralela a la constatable, patente e irrefutable que vivimos el resto. Si que te dejen pasmado, atónito o estupefacto es tu problema -y el suyo-, que estos personajes mantengan el respaldo de sus conciudadanos es un drama colectivo.