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¿Qué parte de “sanchismo” no entiende?

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El narcisismo es una enfermedad muy seria. Puede trazar oscuros caminos para conducir a la muerte de quien la padece, pero siempre consigue destrozar su vida. Anula la voluntad, incapacita para tomar decisiones y entraña un enorme vacío moral porque el narciso filtra todo por un yo engolado, amado con locura -en sentido estricto- y hasta adorado como solo se adora a un dios. El narciso también es incapaz de autoanalizarse y, por tanto, no sabe cuándo se equivoca, no puede aprender ni intenta mejorar. Atrapado en un cuerpo de adulto, su razonamiento y su comportamiento se atascan en la inmadurez.

De ahí la pueril explicación que Pedro Sánchez se da para la debacle electoral del PSOE. Los votantes se han equivocado. Confundidos por la mimetización de Satán y Lucifer -de extrema derecha y derecha extrema de toda la vida- han desalojado del poder a inmejorables dirigentes socialistas. Les reta a que rectifiquen concediéndoles la oportunidad de elegir entre él -el mejor de los gobernantes que haya parido madre- y tipejos despreciables como Trump, Bolsonaro u Orbán. Y, con una insensata convocatoria electoral, se lo pone en bandeja: quien no quiera enfrentarse al dilema, váyase de vacaciones. Nunca a nadie se lo pusieron tan fácil para incumplir sus deberes ciudadanos.

Lo lamento -más por nosotros que por él-, pero es un narcisista irrecuperable. No ha entendido nada. ¡No puede entender nada! No sabe lo que es la autocrítica porque, con la única sinceridad que tiene, está convencido de que todo lo hace bien, de que lo que le sale mal es por culpa de otros… No pilla que el sanchismo nada tiene que ver con la gestión política o económica sino con su estilo de gobernar. ¡Se llama sanchismo porque es el modo y la manera de gobernar y hacer política de Pedro Sánchez!

Por muy dañinas que hayan sido, derogar sus leyes, anular sus medidas o cambiar de políticas no es el objetivo prioritario de quienes deseamos que el sanchismo pase página. Subir el salario mínimo es una decisión que todo gobierno calibra en función del momento económico y social, pero siempre escuchando a quien paga los salarios. Insinuar que Feijóo bajará el SMI es tan pueril que solo los muy narcisistas no reparan en la puerilidad de semejante insinuación.

Para derogar el sanchismo no hay que recortar las pensiones sino intentar un sistema consensuado, sostenible, equilibrado y justo entre generaciones. Exactamente lo que buscaba ese Pacto de Toledo que el sanchismo se ha cepillado ayudado, en este caso, por la soberbia colérica de Escrivá y la incompetencia supina de Díaz.

Lo mismo cabe decir de cualquiera de los derechos sociales que tanto preocupan a Sánchez y sus aliados. O dicen preocupar. Se trata de regularlos de manera racional, equitativa y a favor de todos y en contra de nadie. Establecer la edad para que una persona pueda cambiar de sexo no es conculcar derechos sociales sino regularlos. Ponerla en 14 años es imponer una visión irracional, sectaria y dañina para los adolescentes concernidos. Acabar con el sanchismo es gobernar buscando un consenso amplio sobre la edad adecuada para tomar una decisión tan trascendente en la vida de cualquier persona. Y, cuando no fuera posible el consenso, moverla a una edad y con unos requisitos más estrictos por más razonables.

Nadie propone desmantelar el sanchismo para que los ricos paguen menos impuestos sino para que se gobierne consciente de que los impuestos son una pesada carga para los ciudadanos y, como tal, tiene que ser lo más leve posible. Escrito de otro modo, gobernar reduciendo el gasto público a lo esencial y propiciar crecimiento económico para que suba la recaudación. Nadie en este país es tan trumpista como para querer desmantelar el estado de bienestar, pero hasta los narcisistas de grado medio podrían entender que cuidar el estado de bienestar consiste en atender derechos pero también en asegurar su financiación y su sostenibilidad.

Acabar con el sanchismo es recuperar la legitimidad de ejercicio del poder que Sánchez perdió gobernando contra sus compromisos electorales y contra los gobernados en la pandemia. Y continúa perdiendo legitimidad como líder al recriminar sus votos a los votantes… Acabar con el sanchismo no es derogar leyes -que habrá que hacerlo- sino cambiar ese estilo de gobierno que no mantiene la palabra dada, el apretón de manos ni la rúbrica de un pacto. Para prueba basta escuchar -¡a buenas horas!- los lamentos de plañidera de las ministrillas de Podemos, de Ortuzar, de Otegui o de Junqueras. O contemplar los caretos de los magníficos presidentes autonómicos botados.

Desmantelar el sanchismo es acabar con la inmoral manera de hacer política basada en la mentira y el engaño, con pactar con enemigos declarados de la convivencia, con negociar al margen de los jueces el perdón a condenados por sedición contra el Estado, con legislar delitos a la medida de los delincuentes, con el cesarismo, con la instrumentalización de las instituciones, con la utilización personalísima del BOE y de la Administración pública y hasta con el abuso clandestino del Falcon para disfrute personal y del partido. Y la lista de desmanes podría seguir hasta después de las elecciones…