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Sin gallina no hay huevos, y sin huevos…

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Nada me parece más apropiado para celebrar el 1º de mayo que valorar en su justa medida a las empresas porque su existencia y su actividad está en el origen de casi todo. Les duele admitirlo, pero sin la bendita confluencia de unos tipos muy emprendedores con otros buenos administradores no habría empresas, ni trabajadores, ni sindicalistas, ni funcionarios ni políticos. 

Porque lo he vivido, comprendo que se establezca una buena pelea entre empresarios y trabajadores para acordar las condiciones laborales. No siempre es compatible gestionar bien con mejorar esas condiciones. Es cierto que todos queremos ganar más, pero también se puede decir, con objetividad y seguridad, que la mayoría de los empleados por cuenta ajena llegan a final de mes con dificultades económicas. Además, la percepción subjetiva es un factor muy relevante. Conozco poca gente que se sienta bien pagado, pero incluso los que tienen esa suerte no suelen rechazar un aumento. 

Otras veces las cosas se complican porque existen empresarios y directivos que tienden a pensar que los otros empleados -los que no son ellos- son una rémora inevitable que pone en peligro lograr los objetivos que les dan derecho a sus desmadrados salarios. Algunos son tan desaprensivos -y tan malos empresarios- que prefieren pagar un bonus descomunal al director de recursos humanos por conseguir arañar un miserable cuarto de punto en la subida salarial. 

Porque sé que la avaricia existe, comprendo que hay empleados desleales, sindicalistas radicalizados, gobiernos manirrotos y zánganos de diversa naturaleza que han hecho de exprimir a las empresas su misión redentora. Sus objetivos vitales pasan por chupar la sangre a las empresas y a cualquiera que genere rentas o acumule un patrimonio que les parezca indecente, excesivo o, simplemente, porque sí. Insultan a Juan Roig, a Amancio Ortega o Rafael del Pino y descalifican a los fondos de inversión; pero carecen de arrestos para lanzarse a la más mínima aventura empresarial. Optan por vivir apalancados en la envidia cochina, o en la simplista coartada ideológica de “la tierra para quien la trabaja”, o en una presunta vocación de servicio público o en la legítima y plácida elección de asegurarse un empleo y un salario de por vida. 

No veo más ni mejores razones para que chupópteros como los que nos gobiernan se atrevan a calificar los beneficios empresariales como excesivos o indecentes. Excesivos…, ¿en referencia a qué? A la facturación, a la masa salarial, a los costes sociales que soportan esas empresas, a los impuestos que pagan, a sus recursos propios, a todos los capitales que soportan su actividad empresarial, al valor de mercado, a los conseguidos por otros competidores, a sus referentes internacionales, a las mismas cifras de ejercicios anteriores… 

Algo es excesivo cuando excede otro algo, pero niego que ese otro algo sea la frivolidad de una licenciada en medicina que, aunque ejerza de ministra de Hacienda, no se ha enfrentado jamás a una cuenta de resultados. Lo que sin duda es excesivo -se compare con lo que se compare- es el gasto público que se aprueba en los Presupuestos que ella propone. Me encantaría saber de dónde sacan las ministras Montero, sus colegas, sus socios y su jefe político el listón moral para establecer con tanta arrogancia los límites de la decencia en los beneficios empresariales.

Los sindicalistas nos machacan con el efecto de la inflación en los salarios, pero se olvidan de que el valor real de los beneficios se reduce exactamente en la misma proporción. Proponen subidas salariales para todos los trabajadores españoles y para varios años basadas en los beneficios del último trimestre de algunas grandes empresas, en algunos sectores donde, después de años de tragar sapos, se les han alineado los planetas… 

Entiendo que la discusión de los salarios y la jornada laboral es parte de la vida empresarial; comprendo que la avaricia lleve a exprimir y hasta esquilmar a las empresas a un montón enorme de personas que trabajan, elevan su nivel de vida, refuerzan su contenido profesional o enrocan su misión redentora gracias a la actividad, las rentas y los beneficios que generan las empresas de cualquier tamaño y condición. 

Pero, aunque sé que también existe la estupidez, lo que ya no llego a comprender es que haya mendrugos que quieran matar a la gallina por ser ponedora. Sin gallina no hay huevos y sin huevos, aquí no come nadie.