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Trinitrotolueno electoral

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Cuidado con las encuestas electorales. ¡Las carga el diablo! Se supone que sirven para anticipar los resultados, pero cuanto más se aproximan a las elecciones más se utilizan para influir en ellas. Son la perfecta pescadilla que se muerde la cola.

Con el mismo rigor profesional, es posible publicar resultados distintos de una misma encuesta. Y si se quiere llegar lejos en las conclusiones, éstas pueden ser hasta contradictorias. Por ejemplo, con los mismos resultados de una sola encuesta, puede ser tan correcto avanzar que el PP conseguirá la mayoría absoluta en la Comunidad de Madrid y lo contrario.

Dando por supuesta la capacidad técnica y la profesionalidad de los encuestadores, los diversos procesos que van desde la obtención de los resultados en bruto hasta la publicación de la asignación de escaños van generando diversos sesgos y abriendo demasiadas puertas a la manipulación.

Conviene saber que -mucho antes de la asignación de escaños- lo que nos presentan como intención de voto está condicionada por limitaciones técnicas en el grado máximo de confianza de la encuesta (alrededor del 95-96%) y su margen de error, que suele rondar los cinco puntos. Es decir, cuando se publica que el PP tiene un 40% de intención de voto, se debería decir que, con un 95% de probabilidad, entre el 37,5% y el 42,5% de los encuestados dicen que votarán al PP (y no olvidar que existe un 5% de probabilidades de que no sea así).

Esa misma encuesta detecta un porcentaje alto de indecisos -personas con intención de votar pero sin el voto decidido-, por lo que, cuando esta gente se decida, los rangos de intención de voto cambiarán hacia no se sabe dónde … Y otro porcentaje dice que no sabe o no contesta, otro votará distinto a lo que dice, otro miente sin más… Y súmese a todo ello, la gran incógnita de los votos “malgastados” por los partidos que no entren en el reparto de escaños. Ninguna encuesta publicada, por ejemplo, resuelve si C’s y Podemos entrarán en la Asamblea de Madrid, pero, entre los dos pueden llevarse hasta el 9,8% de los votos… A la inicial probabilidad del rango de la intención de voto, afectado por los indecisos y los que no saben o no contestan, hay que añadirle el porcentaje que sumen los partidos que no entran en el reparto de escaños. En nuestro sistema electoral, la mayoría absoluta suele estar complicada con el 40% de los votos; sin embargo, con el 44% está prácticamente asegurada.

Todas esas incidencias, eventualidades con mayor o menor probabilidad, y los inevitables sesgos técnicos hacen necesario eso que se conoce como la “cocina” de las encuestas. Intentar proyectar los datos brutos hasta llegar al reparto de escaños en base a la experiencia acumulada. Tan compleja es la tarea que se hace fácil entender por qué las encuestas diseñadas y tratadas por sociólogos profesionales, con experiencia e independientes, ofrecen resultados y asignación de escaños diferentes a lo que “cocina” ese teórico de la investigación sociológica sesgado, que comparte su militancia en el PSOE con la presidencia del CIS. Y tan carente de escrúpulos deontológicos que abraza con entusiasmo el encargo de manipular la opinión pública a favor de la imagen del presidente del Gobierno y, en tiempos de elecciones, ayudar a ganarlas desde su trinchera.

Como el trinitrotolueno, las encuestas son un material que debe ser manipulado por manos expertas para que no te exploten en la cara. Y como el trinitrotolueno puede usarse para voladuras controladas o para causar estragos. Siempre son mejores las series temporales que las encuestas puntuales, pero para los momentos electorales de nada sirve saber cómo ha evolucionado la opinión pública o la intención de voto. Por eso, en esos momento, las encuestas son aún más peligrosas. Como escribía al inicio, probablemente sean el mejor instrumento para movilizar al electorado o para invitarle a la abstención, para provocar miedo o exceso de confianza en propios y contrarios. Por una vez, los políticos tienen razón: ¡para encuestas, los votos!